Regreso al pasado

     Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del actualismo.


     Me van a permitir que use el término con algo más de laxitud que nuestros respetados amigos geólogos. Entiendo por actualismo - jugueteando un poco con la palabra - la interpretación del hecho histórico desde el momento actual; de otro modo: la interpretación y juicio de la Historia desde el hoy. A este punto alguien podría mudar el rostro a la extrañeza y preguntarse si es que acaso a lo largo de la Historia no se ha hecho historia - como disciplina - de esta manera: interpretando desde el respectivo presente lo acontecido con anterioridad.


     Sí, pero no. Y es un pero bastante relevante y que viene condicionado por la propia racionalidad histórica de nuestro momento. Dicho así suena un poco rimbombante y creo que se entiende mejor con algunos ejemplos. Supongamos un estudioso de la historia cualquiera del siglo XIX o XX, quizá antes, estudiando apasionadamente cualquier momento de la antigüedad. Vemos a un sujeto limitado, primero, por el material del que dispone y que es escaso y en muchas ocasiones contaminado; también un sujeto que carece de los actuales medios científicos y tecnológicos que le permiten un acercamiento al fenómeno a estudiar de una manera tan precisa a como lo concebimos hoy; además, la ausencia de una herramienta como internet le impide un contacto rápido e inmediato con otros estudiosos. Vemos limitaciones materiales, tecnológicas y humanas que le hacen imposible un conocimiento tan preciso como el que podemos disponer en el año 2020 - aunque por supuesto este no sea infalible. Es este estudioso un individuo que intenta asomarse por un pequeño agujero en el espacio-tiempo (perdóname, McFly) y contemplar. Es la admiración y la curiosidad lo que lo mueven. Por supuesto sabemos que su interpretación del fenómeno histórico está condicionada por una subjetividad de la que no puede librarse. Pero no es intencional. Acude al fenómeno limitado. Y se sabe limitado. Admira la grandeza de las civilizaciones pasadas e intenta extraer un conocimiento válido para su momento actual [se me ocurre a este punto una maravillosa obra de Montesquieu, "Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos", donde más allá de los apuntes históricos el pensador francés intenta extraer enseñanzas para el que era su momento presente].

                                                


     No ocurre así en nuestro momento actual. Ampliándose cada día más los confines de nuestra ciencia y nuestra tecnología, pocos son en comparación con hace un par de siglos los rincones de la Historia que todavía admiten grandes cambios interpretativos o descubrimientos revolucionarios: lo que antes era un pequeño agujero por el que mirar apasionados es ahora un enorme escenario tridimensional a tamaño real. Podemos recorrer Pompeya virtualmente y escuchar al Vesubio en erupción; (casi) sentir el silbido de las flechas en la batalla de las Termópilas; podemos escuchar a Pericles. Sabemos mucho, y sabemos que sabemos. Nos sentimos poderosos ante un pasado que consideramos en la mayoría de casos superado; pasado al cual nos sentimos ligados unicamente por una correlación numérica en el calendario pero que no re-conocemos como nuestro. No nos acercamos al fenómeno histórico con el ansia de conocer, pues creemos conocerlo (casi) todo: antes bien acudimos a la historia para dejar nuestra huella en ella - ¡perdónanos, McFly! Nuestro objetivo es re-hacer la historia, re-crearla, re-inventarla. Nosotros ya no somos parte de (la) Historia: nosotros somos la historia.


     Es obvio que recurrimos a la primera del plural no solo por cortesía, también porque es un fenómeno que si bien era minoritario a principios de siglo es ya en nuestro momento presente una fuerza considerable que tiene múltiples manifestaciones. Solo es necesario poner la televisión. Y va en aumento. Alguien pudiera pensar que es completamente legítimo y que entra dentro de los derechos históricos de una época el someter a juicio a sus predecesores. No seré yo quien ponga en duda esto ni quien entre en debate. No obstante sí considero, más allá de su legitimidad, lo peligroso del asunto.


     Pero como todo, se ve mejor con un ejemplo, que además viene perfecto al caso que a este blog ocupa. Hace algún tiempo, cuando la palabra pandemia era de las menos usadas del diccionario y el coronavirus podía ser el nombre de un rapero biólogo, acudí en un café a una charla que pretendía - este detalle es importante, lo de pretender - hablar sobre Platón. La intención de las personas ponentes era ofrecer una visión "actualizada" del filósofo griego bajo el prisma de "nuestro tiempo" y ver "cómo podría encajar el ateniense en nuestro ahora". Si les soy sincero, no soy yo mucho de sacar a personajes ilustres de la historia de su momento histórico particular y meterlos con calzador en nuestro momento para ver si "encajan"; porque eso puede conllevar que si el mencionado no encaje, se le pueda desechar por no encajado... bueno, ya me entienden, todos nos hemos comprado unos zapatos que luego no nos quedaban bien. Aun así, allí estaba yo, escuchando atento. Y la verdad que estaba disfrutando como Platón con Idea nueva - qué malo el chiste, por Dios.

                                    


     Y llegó el turno del tercer ponente. El inicio fue lapidario y algo tal que así: "Aristocles de Atenas * ha sido el machista más grande de entre todos los filósofos seguido de cerca por su discípulo Aristóteles. Conforman el binomio más misógino de la historia del pensamiento. Se ha intentado blanquear a Platón, pero su cosificación del cuerpo de la mujer y el desarrollo de su teoría política son un cáncer en Europa y responsable de los feminicidios desde entonces."  Quise levantar la mano pero fui incapaz. No, no; no para intervenir o lanzar alguna pregunta. Necesitaba un desfibrilador en ese momento por los microinfartos que estaba sufriendo conforme iba lanzando afirmaciones.


     Si alguno de los ojos amigos que me leen son amantes de la historia, de las humanidades en general, comprenderán qué poco mérito intelectual - por ser generosos - tiene decir que un hombre, de la aristocracia griega, nacido en el siglo V antes de Cristo es machista.** No porque sea obvio, sino porque son categorías no aplicables a un contexto sociocultural completamente diferente. Es también profundamente simplista, e ignora el desarrollo de las propias ideas. Y lo peor de todo, y aquí tengo que ponerme serio: muy injusto con Platón. Déjenme contárselo rapidamente.


     Platón nace en la Atenas del s.V antes de Cristo, de familia aristocrática. Discípulo de Sócrates, maestro de Aristóteles. Un tipo que vivió intensamente y escribió mucho. Muy amigo de sus amigos invitaba siempre a cañas en los partidos del Real Betis Balompié, equipo ya glorioso en la Grecia de aquellos años. Marcado profundamente por la acusación y condena a muerte de su maestro Sócrates por una sociedad que considera corrompida, puso un gran empeño en pensar cómo sería la ciudad y la forma de gobierno ideal. En la mayor parte de sus obras no vemos una atención especial al papel de la mujer, cosa que podría considerarse normal en alguien que escribe en aquella época y que acepta el rol preminentemente familiar de la mujer***. Pero entonces llega la República, especialmente el libro V. Y Platón hace saltar todo por los aires - todo lo que está en el plano de las ideas, entiéndase.


     Hasta qué punto su planteamiento es totalmente opuesto a lo anterior a él, y también opuesto a lo que hubo tras él, que planteó de manera seria si todo aquello que se había heredado con respecto a la visión de la mujer era algo natural o sencillamente un constructo social que podía ser modificado en pos de una ciudad mejor. Platón lanza su planteamiento partiendo de la base que una diferencia física o biológica - como puede ser la maternidad por ejemplo - no puede condicionar una diferencia social o política, que estaría siempre condicionada a una actitud o predisposición del alma. Esta consideración es clave para entender cómo en la República el ateniense llega a considerar como la mujer puede acceder tanto a la clase de los guardianes-soldado, como - y todavía más importante - a la de los gobernantes. Platón incluye de manera total a la mujer en la vida pública hasta el punto de considerar que no existe ningún impedimento natural más allá de las normas positivas dadas para que ésta pueda acceder a los asuntos públicos y el gobierno de la polis: “La ley que nosotros establezcamos, si es conforme a la naturaleza, no es ni una quimera ni un vano deseo. Lo que verdaderamente choca con la naturaleza es el uso opuesto [es decir, la discriminación de la mujer], que se sigue hoy.”, escribe en República 456c.


     Pero no solo escribe así en la República, también en las Leyes - obra muy posterior - dice “[…] la costumbre que se ha seguido hasta ahora en nuestro país, de apartar a las mujeres de la práctica de los mismos ejercicios que los hombres, es una insensatez; pues de esto se deriva que un Estado queda reducido a la mitad de lo que realmente debiera ser si todos, hombres y mujeres, tuviesen a su cargo los mismos trabajos e iguales responsabilidades en la cosa pública [...]". Es cierto en que algunas partes de la República el filósofo habla de una supuesta superioridad del hombre con respecto a la mujer en determinadas prácticas o dedicaciones, pero se entiende desde el punto de vista fisiológico de una mayor fuerza física que por lo general corresponde al varón, y no a una ausencia de actitud o capacidad del alma. No podemos olvidar que su pensamiento se desarrolla en una sociedad profundamente militarizada con constantes conflictos bélicos y donde la pervivencia de las sociedades dependía de su capacidad para la lucha y la guerra, capacidades que están dentro del ámbito de lo fisiológico mayoritariamente.


     Obvié intencionadamente el resto de acusaciones porque hay quien afirma en los estudios más recientes del siglo XX a esta parte, que a Platón no es que le importaran poco las mujeres, sino que le importaban poco los seres humanos y que su único interés era la construcción de un ente político perfecto, y por ello en muchas ocasiones, deshumanizado. Este es un debate gigante e infinito que no corresponde aquí por su tamaño y su profundidad muchas veces exageradamente técnica. Sí es importante, en tanto lo que aquí nos ocupa, la importancia de destacar cómo Platón obvia las capacidades físicas - que suelen estar en la base de la discriminación más primitiva hacia la mujer - para determinar una posición u otra, centrándose principalmente en su concepto de alma (concepto también con un largo debate detrás que tienen ustedes la libertad de interpretar como gusten). Y en tanto que es el alma el timón que guiará al ciudadano hacia una posición u otra, es la educación la piedra angular sobre la que se centra el cultivo de la misma. Fíjense cómo de manera más implícita que explícita Platón se adelante casi dos mil años a personajes como Poullain de la Barre - de profundo carácter cartesiano - , Condorcet o Mill. ¡No en vano se dice que todo lo escrito después de Platón solo son notas al pie de página de sus obras!


     Pero es peligrosa esta interpretación o esta manera de acercarnos al fenómeno histórico - el actualismo -, decía, no solo porque sea un ataque frontal a la historia del pensamiento. Es peligrosa porque puede, es una posibilidad, llevar a una eugenesia intelectual donde - a modo de circuncisión - quitemos lo que sobra, o lo que alguien decide que sobra. Podría decirse que este ejemplo, el de Platón, es algo residual, y que, como me decía un vecino mío, "pá'cuatro que leéis a Platón..."; cierto, quizá sea un ejemplo poco práctico por su poca tendencia en la actualidad. Pero los hay a decenas, mucho más actuales, y con nuevas connotaciones sociales. Pablo Neruda, por ejemplo, cuya polémica es harto famosa. ¿Debemos dejar de leer a Neruda, condenarlo al ostracismo intelectual, borrar su paso por la historia de las letras o sencillamente condenarlo a las galeras de la infamia del tiempo? No. Claro que no. No podemos entender nuestra actual literatura sin Neruda.


     La solución es tan simple como efectiva: hacer un viaje de regreso al pasado. No lanzar un juicio de valor - aunque sea esto muy difícil - sobre un hecho ya pasado y que denigramos por una comparativa con un presente mucho más privilegiado desde numerosas perspectivas. Hacerlo de otra forma es tan peligroso como aquel viajero que se lanza a conocer otro país y va por las calles diciendo "vaya mierda de comida", "qué asco de clima", "qué casas más feas", "esto en mi ciudad no pasa", "¿cómo que está todo cerrado un martes a las 2 de la madrugada?"**** El viaje es una apertura hacia la experiencia, al conocimiento de lo distinto. Eso no significa que rescatemos ideas del pasado que ya sabemos perniciosas: ¿quién cambiaría un buen salmorejo cordobés por un fish&chips londinense? ¡Pues lo mismo!


                                       


     Saber viajar de regreso al pasado nos permite apreciar los detalles de una historia del pensamiento que culmina en nuestros días, de la que somos herederos, y ante la cual tenemos la responsabilidad de seguir mejorando. Conocer la historia es la única manera de proyectar un futuro prometedor y en igualdad. Conocer la historia, digo, no llenarla de tachones. Y así podremos disfrutar de Neruda... a pesar de Neruda.




Notas:

* Platón era solo un apodo, "de espaldas anchas"; su verdadero nombre era Aristocles, aunque así creo que no lo llamaba ni el vecino, pero bueno...

** Obvio intencionadamente el resto de acusaciones.

*** La mujer quedaba casi siempre en el plano del oikos, de la unidad familiar, del control de la hacienda. Tenía muy limitadas sus libertades y su participación en la vida pública era casi nula.

**** Esto es muy propio de un español, especialmente de un español erasmus.







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